Po_otoreto debe su nombre y legado a la labor de Giuseppe Pootoreto,
artista que, casi en secreto, llevó el arte del retrato a lugares hasta
entonces inexplorados. Giuseppe nació en 1891 en Tausia, pequeño pueblo en la provincia de Udine, al
norte de Italia. Sus padres fueron Masaku Pootoreto –japonés exiliado por sus
poco ortodoxas prácticas sintoístas en su país natal– y Ruth Vita, valiente
costurera italiana que formó filas en la resistencia partisana.
Masaku y Ruth tuvieron un sólo hijo, el
pequeño Giuseppe; un niño peculiar al cual solían encontrar deambulando en bosques y montañas, absorto en la contemplación
de la naturaleza y sus ciclos. Influenciado por la fina sensibilidad de su
silencioso padre, y empujado por la vitalidad de su madre, Giuseppe fue desarrollando
una profunda intuición creativa que fue materializándose, al correr el tiempo,
en hermosos objetos artísticos. Sensibles a la inclinación artística y al
inusual poder de observación de su hijo, Masaku y Ruth deciden enviarlo a la
ciudad de Viena, a estudiar el arte del retrato con el entonces famoso pintor
Maximilian Franz Viktor Zdenko Marie Kurzweil.
Giuseppe se instala en Viena a los 17
años, y se inicia con Kurzweil en el arte del retrato, practicando sin descanso
el dibujo y la pintura, disciplinas que llega a dominar rápidamente, superando ampliamente a su maestro. Su talento y sensibilidad para captar la esencia de las personas generan gran rivalidad en Kurzweil, y tras
vario enfrentamientos, Giuseppe decide abandonarlo para montar su propio estudio.
Pootoreto reparte su tiempo entre una fábrica de juguetes artesanales (la cual
le permite ganarse la vida) y su propio arte, al cual dedica las noches. En el
lapso de pocos años, su estudio se convierte en un punto obligado de reunión de
los sectores bohemios y académicos de la sociedad vienesa. Sus vívidos retratos
–en los cuales trabajaba durante largos períodos– solían ser comparados con los
misteriosos retratos que habitan la narrativa gótica, y pronto su propio
círculo de amigos empezó a referirse a su obra como “los retratos vivientes”.
Dentro del grupo
selecto de personajes que lo frecuentaban, se encontraba el pequeño y pujante
círculo psicoanalítico de Viena, con el Dr. Sigmund Freud a la cabeza. Es sabido que Pootoreto y Freud mantenían largas
conversaciones en torno al tema que más los apasionaba: la psiquis humana.
Estas conversaciones aportaron a Pootoreto nuevas herramientas para abordar sus
retratos. Se sabe que antes de aceptar un nuevo encargo llevaba adelante varias
"sesiones", durante las cuales, en lugar de realizar croquis o
bocetos –una práctica común en su arte–, realizaba largas entrevistas y
conversaciones que versaban sobre los recuerdos de infancia, las obsesiones y
los sueños recurrentes de quien solicitaba el retrato.
Tras varios años de incansable práctica, su arte se afianza y cobra una nueva
forma en la que confluyen los conocimientos aprendidos durante sus estudios de
pintura y su trabajo como fabricante de juguetes. Las características que los volverá inconfundible son la
corporeidad y movilidad: se estima que, a partir de 1926, su producción es casi
enteramente tridimensional; los retratos pintados se convierten en figuras
policromas articuladas, que admiten ser vestidas, peinadas y manipuladas. Si
bien en Japón –cultura que llevaba en su sangre–, los muñecos ocupaban roles
fundamentales en la socieda adulta, no era este el caso en Europa, donde los
muñecos estaban destinado únicamente al juego infantil. El tipo de interacción
que Pootoreto proponía entre el coleccionista o espectador, y el objeto
artístico, era completamente inédita en su época y fue muy bien recibida por su
círculo de seguidores.
Este periodo de madurez en la producción de su obra se ve interrumpida en 1938
a raíz del Anschluss – la fusión de Austria con la Alemania Nazi. Pootoreto huye de Viena y se embarca hacia Argentina,
radicándose en el cordón industrial al norte del conurbano bonaerense. Allí,
tras la fachada de un pequeño taller de tapicería en la localidad de San
Martín, continúa, de forma esporádica y en secreto, con su producción
artística. Muere en 1981, de una insuficiencia renal, a los 92 años de edad.
Lamentablemente quedan pocos registros
de la obra de Giuseppe Pootoreto, poco se sabe sobre el destino de sus creaciones. Se especula con la posibilidad de que
haya destruido gran parte de su obra antes de marcharse de Viena. Las figuras que
creó durante su exilio estaban hechas en materiales inflamables (madera y cera) y
solo se han encontrado fragmentos. La principal fuente de información con la que
contamos son las cartas que intercambiaba con su madre, y un cuaderno de notas con
bocetos de sus retratos articulados, acompañados de detalladas anotaciones
acerca de la personalidad de cada retratado. En estos documentos Giuseppe da cuenta de su
pasión por “dar forma a aquello que el rostro oculta”.